“A mí no me pasa, será porque tengo carácter fuerte y sé defenderme”, “Ella se lo buscó”, “La violencia no tiene género también hay mujeres que pegan y asesinan”, “Yo no soy machista, ni feminista creo en la igualdad” son frases que confunden y desinforman, diariamente las escuchamos en la calle, en los medios y también en algunas organizaciones institucionales.

Por el contrario desde el espacio que intervenimos, nos encontramos con la realidad de mujeres cansadas, desbastadas, entregadas a una realidad de la que creen no tienen salida.

Porque sí, en Gilbert también pasa. Recibimos cotidianamente historias de vida entrelazadas con la violencia por motivos de género, algunas naturalizadas otras con la posibilidad de relatarlo pero con un mensaje contradictorio y hasta incluso cargado de culpa: “El me hace esto porque dice que soy una arrastrada que me la paso en casa sin hacer nada y es el quien trae la plata”, “Me chantajea que si lo dejo no me va ayudar más con la plata de los nenes y hasta me dijo que va hablar con el juez para que me los saquen”, “Para que vea a sus hijos tengo que darle lo que él quiere”, “Todo empezó con empujones, él no es violento, solo me grita y me empuja” “Dejé de estudiar porque cada vez que llegaba él se armaba tremendo lío en casa, me pegó varias veces pero lo entiendo” “Empecé a darme cuenta que no tenía más vida, solo tenía ganas de morirme.

Había perdido amigos, el trabajo, y hasta los nenes me rechazaban. Hasta que alguien me ayudó y me hizo dar cuenta que el problema estaba ahí, al lado mío y era la persona a la que yo le entregaba todo”.

Pero la violencia machista no es un tema exclusivo de parejas, de familias, de “ellas”, es un problema social complejo que nos incluye a todas, a todos a todes. Es un entramado compuesto por lo cultural, lo religioso, lo político, lo económico, abarca lo educativo, el lenguaje, la historia, los modos en los que somos y construimos nuestra vida cotidiana.

En la actualidad muchas de las mujeres que se animan a trabajar el tema se encuentran con diversos obstáculos, el principal y más grave es la falta de información y formación en la temática por parte de quienes deben intervenir y tomar decisiones que tienen que ver con cuestiones donde se pone en valor nada más y nada menos que la “vida” de otres.

Nuestras mujeres, las de nuestro pueblo, transitan por diversas  instituciones en búsqueda de respuestas. Algunas encuentran espacios de escucha, acompañamiento y toma de decisiones que le facilitan continuar con su vida. Otras son doblemente victimizadas y deambulan por un lado y por el otro esperando, en un tiempo que no tiene espera, porque quien las violenta está esperándolas en su casa.

Sabemos que la violencia no atraviesa solo la realidad de las mujeres, sino que está ligada a la identidad de género, es decir a las múltiples formas de las cuales una persona elige mostrarse al mundo y vivir su vida independientemente al sexo biológico con el que haya nacido.

Creemos que es posible trasformar la sociedad en la que vivimos, no queremos más violencia, no queremos más abandono y desatención institucional.

Estamos a la espera de una reforma judicial que posibilite la aprobación, sanción e implementación de nuevas leyes para acabar con los femicidios, pero también entendemos que las leyes si bien muy valiosas son solo herramientas.

Estos son temas y decisiones que tenemos que tomar todes y cada uno desde el lugar que ocupa, posicionándonos, formándonos en perspectiva de género y modificando de a poco nuestras propios pre juicios, los modos en que vemos y trabajamos la temática y el compromiso que asumimos como ciudadanos y ciudadanas o representantes de instituciones u organizaciones civiles.

Queremos que en nuestro pueblo no exista ni una menos. Ese NI UNA MENOS habla de no más violencia física, ni psicológica o emocional. La clave está en el dejar vivir en libertad. “Amen, así sin tilde”.